domingo, 17 de marzo de 2013

Infancia y comienzo de la adolescencia


(De nuevo Chloë Moretz a la edad de 9 años)

Jeanne fue criada en Preston, en una sencilla casa a las afueras de la ciudad, por su madre. Creció como cualquier otra niña, celosamente protegida por su madre, siendo colmada por sus cuidados, regañada y -cada vez más frecuentemente- castigada por sus errores, errores típicos de una niña traviesa. Solo había una cosa que hacía que Jeanne se viese distinta al resto de niños. Y era el hecho de no tener padre. Cada vez que preguntaba a su madre dónde estaba su padre, aquel padre que no había visto nunca pero que debía, tenía que existir, porque todos los niños tenían uno, ella le respondía que estaba fuera, y que no sabía cuando volvería; pero que no debía preocuparse por eso. Ella, su madre, la quería más que todos los padres y las madres del mundo. Y Jeanne sencillamente la abrazaba y se daba por contenta con aquella respuesta. Y durante muchos años fue así. 
Pero llegó un día en el que Jeanne no se dio por contenta con aquella respuesta, a los 14 años de edad. Exigió a su madre la verdad.
Jeanne se asomó a la puerta de la cocina y observó a su madre, apoyada en el marco de esta. Mary se encontraba terminando de limpiar los platos sucios que habían utilizado en la cena. Vio a su hija de reojo y la dedicó una pequeña sonrisa. La preguntó si había acabado los deberes. Jeanne asintió, sin prestarla mucha atención. Estaba pensativa. Pensaba en aquella misma tarde. Había salido con Tom. Le caía bien. Habían paseado y él le había enseñado unos trucos con el skate. Ella lo había encontrado fascinante. Entonces se había hecho tarde, y su padre había venido a buscarle. Ella les había observado, sencillamente los miró hasta que desaparecieron tras la vuelta de la esquina. Y, una vez más, como tantas otras veces, se había preguntado: "¿Dónde está mi padre?". Y esa fue la pregunta que salió de sus labios en aquella cocina. Su madre detuvo sus tareas durante unos instantes, y luego sonrió como solía sonreír siempre que iba a contarle aquella trola, aquella mentira que ya le quedaba demasiado pequeña. Así que Jeanne replicó, y pidió la verdad. Y la obtuvo. Sentada a la pequeña mesa de su cocina, encarando al rostro melancólico de su madre.
-Tu padre... Tu padre era un militar. Lo conocí un verano que estaba de permiso, hace 14 años. 14 años ya... Hace 14 años que un hombre llamado Sebastian Moran apareció en mi vida. Fue algo súbito. Rápido. Podría decirse que sencillo. No te daré los detalles, porque no necesitas saberlos. Porque son entre él y yo. Porque aún eres pequeña para comprender ciertas cosas, cariño. Pero ese hombre cierto día desapareció, volvió a su guerra, a sus armas, a su vida. Y me dejó con el mayor regalo que podría haberme dado.
Jeanne se había encerrado en su habitación y no había permitido que nadie entrase. Ni siquiera Tom, que vino a buscarla por la mañana. Se pasó la noche frente al espejo, buscando todos aquellos rasgos que poseía y que no eran de su madre. Todos aquellos detalles, aquellos gestos, aquellas características que habría heredado de su padre. Su padre que se fue a la guerra. Su padre perdido. Y por primera vez desde que tenía memoria, lloró por no ser como los demás. Lloró por no tener padre.
A partir de este día, Jeanne dedicó una buena parte de su tiempo a investigar dónde podía estar su perdido padre. Necesitaba saber si al menos seguía vivo. Gracias a la información que, poco a poco, fue sonsacándole a su madre, y a la que obtuvo de algunos documentos oficiales del ejército -algunos de ellos conseguidos de forma más o menos legal- consiguió averiguar en primer lugar que su padre continuaba con vida, y posteriormente que había abandonado el servicio militar. 

Al tiempo que investigaba, la vida de Jeanne fue tornándose cada vez más y más desordenada. Comenzó a perder el interés en sus estudios, argumentando que nada de lo que le enseñaban en el colegio le serviría para su futuro, y que si seguía las reglas dictadas en el colegio, cuando saliese de este, se vería indefensa en un mundo grande y cruel. Defendía, y defiende, que se aprende más en la calle. Aún así, su amor por la literatura la mantenía más o menos centrada. Más de una vez llegaba a su casa a altas horas de la madrugada, a pesar de su edad. Su madre la castigaba con cada vez más frecuencia, y ella se escapaba de casa en respuesta. 

La situación era cada vez más insostenible, pero la historia dio un vuelco el día que Jeanne consiguió lo que llevaba tanto tiempo buscando. El paradero de su padre. Guardó está información celosamente, y su madre nunca se enteró de que disponía de ella. Solo la faltaba tomar la decisión final. El empujón que necesitaba para reunir el valor que suponía encararse a su padre y decirle quien era.

Esto sucedió cuando Jeanne ya tenía 15 años, en diciembre de 2012. Una gran discusión con su madre por las mismas razones de siempre -la gente con la que Jeanne se relacionaba, sus escapadas, sus notas- la llevó a abandonar su hogar, mochila al hombro, y a tomar un autobús que la llevase a Londres, decidida a encontrar a su padre, rezando interiormente porque este la acogiese y le diese el cariño del que se sentía falta en su casa. 

Jeanne en ningún momento dejó de querer a su madre con toda su alma. Sabía que todo lo que había hecho lo había hecho por protegerla, que había sido duro para ella cuidarla, siendo madre soltera de un poder adquisitivo más bien ajustado. Que lo que menos había deseado su madre era hacerle daño. Pero no podía dejar de sentirse incomprendida, sola en un mundo que no hacía nada por entenderla. Además, nunca pudo evitar sentirse como una carga para su madre -y en la actualidad, también para su padre-. Se ve a sí misma como un error cometido en un momento de locura y de plena felicidad, un error que ha traído graves consecuencias a su madre. En parte, es una de las razones por las que salió huyendo. Para librar a su madre de aquella carga, y para librarse a sí misma de la culpabilidad y la incomprensión.


(Craig Parkinson, nuestro headcanon de Sebastian Moran)

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